Thursday, January 06, 2005

Un país que cambia a golpe de muertos y escándalos

Necesitamos la muerte del soldado Carrasco para que alguien prestara atención a las cientos de muertes anteriores y entonces se diera por terminado el Servicio Militar Obligatorio. (Nota al paso: la "colimba" en Argentina y la "mili" en España fueron eliminadas por los "conservadores de derechas" Menem y Aznar, respectivamente. Mientras tanto, los "progresistas" Alfonsín y Felipillo no fueron capaces de hacer nada al respecto. Dato curioso pero cierto).
Hicieron falta miles de desaparecidos para que una sociedad que golpeaba las puertas de los cuarteles y se impacientaba con presidentes como Illia o Frondizi entendiera que a nada conducen las dictaduras. Cientos de chicos muertos en el Atlántico Sur para convencerse de la inutilidad de las guerras (apoyadas con entusiasmo con la Plaza de Mayo llena a reventar, sin hablar del casi conflicto con Chile evitado por un Papa al que nunca terminaremos de agradecerle lo suficiente). La corrupción fué tolerada, justificada, y plebiscitada en las urnas hasta límites intolerables.: "Roba pero hace" como divisa del político correcto, hasta que el escándalo de los chicos muriendo de hambre en el granero del mundo de los políticos ricos nos llevaron al hartazgo. Secuestros seguidos de muerte para que alguien empiece a decir que va a hacer algo para frenar la violencia y la inseguridad, previas manifestaciones multitudinarias y cuentas políticas adversas al aparato oficial. Olmedo, Rodrigo, Monzón, los muertos ilustres del descontrol en la vida privada ("el Diego" todavía respira, porque sino sería el ejemplo más acabado). Y ahora los 188 muertos del descontrol en la vida pública personificado en el significativo nombre de República de Cromagnón. Argentina: el país de la desidia permanente, de las frases grandilocuentes, y del no hacer nada. En estos momentos los políticos se muestran activos y nos quieren convencer que se ponen al frente de las cosas. Pero llegan tarde una vez más, empujados por la marea humana que les ganó de mano. Y que también reaccionó tarde, porque también la gente reacciona al límite, estática hasta que no los sacude una buena y sonada muerte. Como el muñeco De la Rúa en su nube marketinera consentido por la masa, hasta que los disparos empezaron a sonar en la Plaza de Siempre y las nubes de humo de la llama que llama y Antoñito el traficante de influencias se disiparon como la niebla. La lista de muertos sigue, y a cada caso le sobreviene el escándalo, las palabras para el bronce y los estallidos de violencia. Un país adolescente de crisis en crisis y de muerte en muerte. Ahora van a controlar las discotecas, clausurar las bailantas y multar los puestitos de choripanes defectuosos. Hasta que una nueva muerte tremenda nos escandalice y otra vez la gente se lance a las calles a protestar contra la dejadez nacional, en un país que no avanza sino es a base de golpes y trompicones.

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